Comenzó tarde en el mundo de la danza, pero le augura un futuro prometedor. Muchos conocerán a Irene Ortega por su faceta como bailarina o por sus tips para aprender inglés en redes sociales. Irene comenzó a bailar a la misma edad a la que se apuntó por primera vez al gimnasio, cuando tenía 19 años: “Decidí ir al gimnasio de la universidad por salud. Iba a la sala de máquinas y a spinning, pero no llevaba ningún entrenamiento reglado”.
Aunque parece que la cámara no le intimida, lo cierto es que la vergüenza era el único motivo por el que no decidió aprender a bailar antes: “Siempre había sabido que me gustaba el urbano y por eso comencé en la academia de Javier y Alegría. La verdad es que para no haber dado clases nunca se me daba bien”.
Comenzó bailando hip-hop y continuó por el funky pese a que, como cuenta, quienes se inician en la danza suelen tomar primero disciplinas más clásicas: “Poco a poco me fui metiendo más en este mundo y llegué a probar baile clásico, como el ballet o el contemporáneo, pero no me gustaba, duré un mes en cada una”.
Aunque fue en la edad adulta cuando comenzó a practicar deporte con asiduidad, de pequeña probó otras disciplinas. Primero se apuntó a natación: “Fui a las escuelas municipales e iba sacándome los diferentes niveles y llegué al último curso”. Recuerda ligeramente mantener el equilibro sobre ruedas tras apuntarse a patinaje artístico un año y entrenar en el Sargal, pero no continuó debido a su corta edad. Además, estuvo un año recibiendo clases de tenis, lo que le sirvió más tarde para disfrutar con amigos de otros deportes de raqueta como el frontón o el bádminton.
En la actualidad sigue bailando y entrenando, lo que también compagina con su grupo de animación en fiestas. Ya con series pautadas y realizando tablas de ejercicios, acude al gimnasio unas cinco veces por semana. Asegura que ahora se lo toma “más en serio” y que el mundo del fitness es un aliado fiel para su condición de bailarina: “El baile es muy duro porque tienes una coreografía de tres minutos y tienes que darlo todo. Necesitas mucho cardio, pero a la vez mucha fuerza para mover los brazos, subir y bajar, hacer bien los movimientos más rápidos… por eso el gimnasio ayuda bastante”.
Y pese a que no adapta sus entrenamientos a las necesidades específicas de su cuerpo como bailarina, es capaz de aguantar tres horas de baile a la semana como alumna y otras tres como profesora en la academia de danza Rosario Tosta, transmitiendo su pasión por el urbano a los más pequeños. Irene sigue formándose, acudiendo a talleres, congresos y cursos en ciudades como Madrid y Barcelona. Al último que asistió fue en Albacete, para aprender danzas africanas: “En Cuenca somos pocas personas las que bailamos y por eso no hay mucha variedad”.
Su intención es la de seguir aprendiendo, pero pronto impartirá su primer taller como cabeza de cartel: “Iba a hacerlo, pero se ha cancelado y todavía no me he podido estrenar. Sé que aún me queda por formarme”. Seguro que lo hará, aunque a la semana le falten horas entre crear contenido para redes sociales, entrenar, bailar y volver a bailar.