Dicen que tras los dorsales de los puestos finales de una carrera se esconden historias dignas de contar. En el podio encontramos campeones con medalla y en la cola auténticos héroes a pesar de que intenten esconder siempre su capa. Es el caso de José Miguel Hernández. Hace ya diez años desde que le detectaron párkinson, a la pronta edad de 49 primaveras. Pocos meses antes, había empezado ya a correr para intentar mejorar su estado de salud: “Me veía con torpeza y probé a hacer deporte para encontrarme mejor y, de hecho, lo conseguía. Luego me diagnosticaron párkinson y me dijeron que todo el deporte que hiciera me vendría fenomenal”.
Médicos y terapeutas coinciden en los beneficios que el deporte le da a José Miguel, que también practica ajedrez y natación: “Antes de que me detectaran la enfermedad, me gustaba hacer deporte, pero no con tanta continuidad. Ahora, incluso aunque me dijeran que es malo yo creo que lo seguiría haciendo”, dice esbozando una sonrisa que se intuye por las arrugas de su mascarilla azul.
Con una voz calmada y reposada, la palabra que más repite es ilusión. A sus 59 años tiene en su colección más de 30 camisetas de diversas carreras populares y medias maratones. No le agrada competir por los nervios que invaden su estómago antes y durante la gran cita. Siente que debe hacerlo bien, pero la presión no le puede y considera que no debe quedarse en casa: “Los entrenamientos me dan más satisfacción y las carreras la frustración de poder haberlo hecho mejor. El deporte no es patrimonio de la gente sana, sino de la que se esfuerza, y eso es lo que quiero que se vea cuando corro. Quiero dar testimonio de que se pueden hacer cosas”.
Su última participación fue en la pasada Hoz del Huécar y asegura que no pudo sentirse mejor, bajando sus tiempos de las dos horas aproximadas a la hora y 32 minutos: “Correr me hace feliz. Disfruto y es una ilusión enorme, aunque cuando me ven a veces me dicen que corro raro. Y yo les digo que lo importante es que me hayan dicho que corro. Pero lo que me gusta es correr sin fijarme en tiempos, por eso mejoré, porque no miré el reloj en toda la carrera”. Tampoco le faltaban los motivos para no participar en esta ocasión, quejándose de su suerte y vislumbrando a cada rato la palabra “rendirse”, pero es entonces cuando José Miguel reúne fuerzas para ahuyentar los fantasmas: “Cuando veo que ya no puedo más, me digo a mí mismo: «ríndete». Ya eres mayor, no puedes correr, estás cansado…Pero no puedo, esa fórmula no funciona. Y entonces me armo de fuerza y sigo adelante”.
La humildad que le caracteriza le impide regocijarse en sus gestas, aunque no puede evitar emocionarse: “No quiero hacer cosas heroicas, quiero hacer cosas normales. Asocio correr a la sensación de libertad. Cuando llegas arriba de la montaña es una maravilla y no es fácil”. Por ello disfruta más de la tranquilidad de los entrenamientos por parajes conquenses como San Julián, la Hoz del Júcar o el cerro de las Antenas: “Me ves correr y soy el más feliz del mundo. aunque a veces pienso que no voy a volver nunca más, pero luego se te olvida y lo intentas”. Sale siempre temprano y cada dos días, reservando las tiradas largas para el fin de semana y combinando atletismo con pilates en la Asociación Parkinson Cuenca para ganar flexibilidad y también unas cuantas agujetas. Y cuando el cuerpo no conecta con la mente y la enfermedad le bloquea no deja que le gane la batalla y continúa intentándolo: «En esos días piensas que ya no vas a poder correr nunca, pero no. Ya no puedo correr en ese momento, pero vuelves a empezar y lo consigues”.
También se ha atrevido a viajar fuera de la región para participar en la media maratón de Santa Pola y de Gandía y fija en los 22 kilómetros su máxima distancia recorrida, porque su cuerpo necesita producir mucha energía si quiere evitar el bloqueo: “Cuando hago una media maratón siempre digo que no vuelvo a hacer ninguna más, que esto es de locos y acabo el último, porque son muchos kilómetros y desde el inicio estás cansado. Pero al final, no se sabe cómo, llegas. Entonces me digo lo de rendirme y aguanto. Me emociona. Cuando nadie crea en ti, tú cree en ti”.
Intentando mirar siempre el lado positivo, José Miguel Hernández confiesa que, quizás, si no le hubieran detectado la enfermedad, no hubiera descubierto la libertad que le otorga salir a correr: “No quiere decir que justifique, pero es lo que hay”. Se ha ido proponiendo retos y el año pasado logró cumplir el de correr 1000 kilómetros. Le queda una espinita clavada con las carreras de montaña, pero suele quedar fuera de los cortes de tiempo. No desiste y asegura que volverá a intentarlo: “Me gusta mucho más la montaña, pero tengo menos defensa que en el asfalto. Cuesta mucho esfuerzo, te puedes caer y te desanimas”.
Aunque quizás su meta más a largo plazo la tiene clara: “Se puede ser feliz estando enfermo, aunque tengas motivos para estar deprimido. La neuróloga a veces me recuerda que estoy enfermo. Mientras pueda correr lo haré, aunque supongo que con el tiempo te frena la edad y la enfermedad”. Límites que, hasta ahora, no han sido barreras para José Miguel.
En cuanto al futuro, el tiempo dirá: “No sé lo que va a pasar, pero sí sé que el proceso es así, aunque no quiero pensar en esas cosas, no tiene sentido”. Lo que tiene claro es que ahora, en cada carrera, recibe el aliento del público, que le ayuda a seguir remando. Algunos le gritan que él es el verdadero campeón, otros que es un grande y hasta su mujer ahora le acompaña a las carreras, esas que antes consideraba una locura. Le ha tocado aceptar que vive con un apasionado de los retos y que ha encontrado en la carrera esa sensación de libertad y, por qué no, también de felicidad.