Inicio Opinión AC/DC en Sevilla: Rock a pesar de todo

AC/DC en Sevilla: Rock a pesar de todo

Foto: E. Valenciano
Foto: E. Valenciano

«Cuando todo el mundo empiece a saltar salta tú también o te aplastarán». El consejo se lo daba una chica a su amiga que se quejaba de su poca estatura justo antes de comenzar el concierto. Todo estaba en contra. Hacía un par de semanas que todo el mundo nos avisaba de la devolución de entradas por parte de la organización después de que Brian Johnson anunciara su retirada de la gira debido a una preocupante sordera. Siendo el vocalista de AC/DC a nadie le habrá extrañado porque la potencia de una banda así en directo es tan brutal como peligrosa para los tímpanos. Un desmejorado Axl Rose cogía el testigo al menos por ahora y todos parecían algo escépticos. De hecho, al principio a muchos nos parecía un «fake» de esos tan habituales en redes sociales. Esto hizo que el concierto y su precedente en Lisboa estuvieran bajo el microscopio de los más puristas que seguramente ya tenían preparada su crítica incluso antes del show. Sin embargo la devolución de tickets fue mínima porque al fin y al cabo AC/DC es AC/DC.

¿Cómo nació nuestro viaje a este evento? En la cocina. Mientras mi mujer y yo preparábamos la comida veíamos que la banda había cerrado una única fecha en nuestro país y comenté que estos conciertos han de verse al menos una vez en la vida y desgraciadamente el tiempo corre en contra porque las grandes bandas ya peinan canas. Fue ella la que me sugirió que ese sería un gran regalo navideño para mis dos hermanos, algo más mayores que yo y que vieron crecer la fama de estos australianos prácticamente desde los comienzos. Unos meses después conseguíamos las preciadas entradas y estábamos preparando el viaje.

Como decía, todo estaba en contra. Los rumores de grandes devoluciones de entradas, la lluvia que aseguraban las previsiones antes, durante y después de la actuación y para colmo, unos días antes Axl se rompe un pie y le han improvisado un trono a medio camino entre una silla de oficina de Ikea y un Trono de Hierro de los carnavales de un pueblo. Era el comentario general en la cola kilométrica para la entrada a pista en la que mucha gente llevaba acampada desde el alba. Una cola, junto con los accesos y salidas que tenía más de improvisada que de un show de este nivel. Aún así, la cola es parte del concierto. Una espera en la que se hacen amigos, se conversa sobre música, sobre las pocas bandas realmente buenas que quedan y sobre si en un concierto anterior abrieron con un tema o cerraron con otro. También era un desfile de gente muy diferente al que hubiera sido hace unas décadas. Habían más canas que melenas, apasionados por el rock de todos los lugares del mundo, familias enteras que venían con niños a compartir juntos un momento histórico y sobre todo, un mar de camisetas con las míticas siglas partidas por el rayo. Pero curiosamente también muchos fans de Guns n’ Roses que hacían gala de camisetas e incluso tatuajes que veían improbable pero posible que hubiera algún tema de la banda de Rose en el repertorio. Y en medio de todo eso estábamos nosotros: tres hermanos con siete años de diferencia entre cada uno y que habíamos crecido escuchando vinilos y cintas de la banda. De hecho, durante el viaje de más de cinco horas en coche fuimos escuchando una cassette original del Let there be rock del 77 con Bon Scott al micrófono (y sí, convenciendo a nuestro hermano mayor de las ventajas del mp3 en un coche).

Foto: E. Valenciano
Foto: E. Valenciano

Por fin después de un par de horas de cola en la que el tiempo quiso que no nos mojáramos, accedimos a un Estadio de la Cartuja totalmente empapado por la lluvia previa. Sorprendentemente llegamos a tiempo para poder elegir zona muy cerca y poder ver perfectamente entre el escenario y la pasarela reservada para el mítico «paso del pato» que Young hoy convertido en marca de la casa con permiso del gran Chuck Berry.

Miles de conversaciones con los nuevos compañeros de pista después, no demasiado puntuales y aún de día, los teloneros hacían acto de presencia. Una banda llamada Tyler Bryant & the Shakedown que tenía reminiscencias de el sonido Nashville, donde vivió su líder, mezclado con algo de glam, Rolling Stones, Guns n’ Roses y La primera época de Bon Jovi aderezados por un pelín de Aerosmith ya que su guitarrista es el hijo de Brad Whitford. Todo ello no fue suficiente para mover a un público que esperaba la contundencia del hard rock a pesar de los esfuerzos de incluso él batería, que saltó de su lugar varías veces pes animar al público tambor en mano. Aún así, son una banda interesante para ver en directo en un espacio no tan gigantesco y para ellos solos.

Tras los últimos acordes de los teloneros una legión de «pipas» inunda el escenario para dejar llenarlo de amplificadores Marshall, quitar metros y metros de plástico a monitores y altavoces y comprobar mediante algún punteo tímido que todas las guitarras están perfectas para la estrella, ruborizandose entre aplausos del público. «Está tocando las guitarras de Angus Young. Le cambio el curro con los ojos cerrados». Exclamaba el chico que tenía justo delante. También suscitó múltiples comentarios el trabajo de ajuste de la silla customizada para Axl Rose, de la que estuvieron pendientes más de cuatro técnicos. Es lo que tiene ser una rock star. Todo estaba preparado. Todo estaba apunto de comenzar mientras sonaba una y otra vez el Simpathy for the devil de los Stones entre otros. El hard rock estaba listo para inundar de riffs el cielo cada vez más despejado de Sevilla.

Foto: E. Valenciano
Foto: E. Valenciano

Por fin, ya anocheciendo, el escenario comienza a funcionar a pleno rendimiento. Una intro espectacular muestra a dos astronautas que son fundidos por un meteorito que atraviesa el espacio y la iconografía de la banda con un volumen atronador. El público enloquece. Pero está tan concentrado en lo que pasa en la pantalla que no cae en la cuenta de que entre el humo de la pirotecnia se abre paso la silueta de un colegial algo enjuto pero con la presencia de un gigante. El mítico guitarrista está en el centro del escenario. Se oyen los primeros acordes de Rock or bust y la euforia en las gargantas de los asistentes es máxima. Un mar de manos formando los cuernos llegan hasta donde alcanza la vista, y cuando la batería empieza a marcar el ritmo y el resto de la banda empieza a tocar La Cartuja estalla. Todo el mundo salta. Sí, la chica bajita también.

Uno tras otro van sonando temas antiguos y nuevos. Prácticamente al principio del show los primeros acordes de Back is Black generan el éxtasis. Más tardes llegarían himnos como Rock & Roll Damnation. Axl Rose ha decidido sentarse durante todo el concierto a pesar de que la noche anterior estuvo cenando por la ciudad y andando por su propio pie como atestiguan las fotos que nos enseña el taxista que le llevó de un sitio a otro la noche anterior. Declaró que le encantaba el pescaito. «Menos pescaito y más lechuguita», dijo con esa gracia sevillana uno de los chicos. Sin embargo a pesar de estar sentado se notaba su fuerza y su esfuerzo. Su look era exacto al de Lisboa. Chaqueta de cuero negro y sombrero de cowboy a juego con su característica banda a roja debajo y una camiseta con un patito de goma que rezaba «Touch me. Feel me». Hay que decir que su registro es ideal para recordar a Johnson y a Scott, con ese agudo que le caracterizaba en Guns n’ Roses y que utilizó durante todo el concierto en perfecta consonancia con el sonido de la banda pero para sufrimiento del tímpano si estas demasiado cerca de las monstruosas torres de altavoces. En hits como TNT alguien comentaba que no estuvo a la altura, pero supongo que en ese tipo de canciones Brian Johnson aplica una especie de cadencia, de paso lento, pesado, muy hard rock entre su cuerpo y su voz rasgada y cálida a la vez. Eso en una silla no se hace.

Foto: E. Valenciano
Foto: E. Valenciano

Iban sonando canciones míticas una tras otra mientras. Angus, cada vez llevaba menos ropa. Afortunadamente los únicos truenos que se oyeron en la Cartuja fueron los de Thunderstruck, que provocó una euforia máxima con todo el estadio coreando al borde de la afonía y temas como You shook me all night long en el tramo final fueron disfrutados sobre todo por los más veteranos. Todo acompañado de la espectacular y conocida escenografía de los australianos. Campana gigante tañiendo de manera infernal para Hell Bells, hinchables, y la pasarela entre el público que sería testigo de un inolvidable sólo de guitarra de Young durante Let there be rock obscenamente largo, espectacular, atronador, con el que punteó su Gibson por absolutamente todo el escenario, desde la parte superior de los amplificadores gigantes hasta una plataforma al final de la pasarela que se elevó varios metros por encima del público para lograr una catarsis absoluta con los devotos del ruido infernal salido de sus cuerdas. Mucha tela para un sexagenario, pero parecía incansable. Además sirvió para que el nuevo vocalista, como las grandes divas, hiciera un cambio de vestuario de cara a la recta final que comenzó con otro himno, Highway to Hell, que los 60.000 incondicionales de la banda cantaron como una voz que debió oírse más allá del Guadalquivir. Más allá del mismísimo infierno.

Los devotos en Semana Santa se encomiendan la su Virgen o al Altísimo, pero los de Sidney deben tener un pacto con el mismísimo Diablo porque la lluvia seguía sin hacer acto de presencia. Sí acaso un par de gotas que hacían al público mirar al cielo. Más tarde la banda fue a descansar para escuchar desde el camerino como miles de fieles pedían otra más. Pero aún quedaba la traca final. Nunca mejor dicho porque seis cañones hicieron su aparición para descargar toda la pólvora de la potencia de AC/DC en honor al Rock and Roll. Las luces se encendieron y el estadio se evacuó, no todo lo rápido que debería, con una procesión de devotos del rock que a decir verdad, una vez fuera del estadio, poca gente sabía a donde ir, porque el mundo real quedaba muy lejos y el complejo deportivo y todo su entorno, parecen más bien abandonados después de la función para la que se construyeron en el 92. El resultado fue decenas de miles de personas que caminaban entre el barro, a oscuras, en una zona un tanto fantasma, sin un rumbo fijo siguiendo a la masa en una escena más digna de “The Walking Dead” que de una ciudad como Sevilla. La ciudad estaba desbordada por el Rock & Roll.

Foto: E. Valenciano
Foto: E. Valenciano

Aún así, a pesar de todo, fue una noche antológica que valía la pena vivir bajo el cielo hispalense junto a mis hermanos para demostrar que Axl Rose puede ser un “recambio” digno respetando la trayectoria de Brian Johnson y el espíritu de Bon Scott y con el hándicap de que todo el mundo esté deseando criticarte. También que la puesta en escena es tan espectacular como impecable sin perder ni un ápice de contundencia. Pero sobre todo que Angus Young, ese colegial al que su director le dijo que nunca llegaría a nada en la vida, sigue siendo un dios en el Olimpo del Rock ¿O tal vez un demonio?

Foto: E. Valenciano
Foto: E. Valenciano

Comentarios

Dejar una respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here