“Hola, imagino que ya no te acordarás de mi porque hace mucho tiempo que no me prestas atención y pasas a diario a mi lado sin dedicarme ni una mirada. Pasamos muy buenos ratos juntos desde que llegué a tu vida, incluso llegaste a decir que era lo mejor que te había pasado en mucho tiempo. Fueron unos días muy bonitos los que disfrutamos en compañía pero ahora todo se ha acabado y me veo relegado a una estantería donde comparto sitio con otros como yo. Por favor, dame una segunda oportunidad”.
Esto es, probablemente, lo que nos dirían muchos de los libros que tenemos ordenados en las estanterías en nuestras bibliotecas particulares. Lo reconozco soy un comprador un poco compulsivo de libros, música, películas y series. Me gusta tenerlas en formato físico y tener mis estanterías con cosas que me parecen interesantes pero a veces las miro y pienso “que pena que este libro ya lo he leído y seguramente no lo vuelva a abrir”.
Hace unos años descubrí el bookcrossing, que consiste en “liberar” libros en lugares públicos para que el que lo encuentre lo lea y lo vuelva a liberar para que lo disfrute otro. Fue una iniciativa que tuvo bastante auge y que ahora parece que está un poco de capa caída con cada vez menos usuarios.
Esta misma idea pero sin pertenecer a nadie es la de poner bibliotecas de barrio. En Madrid existen varias y no son más que estanterías en las calles o parques donde la gente deja libros que ya ha leído o no necesita para que otros los puedan coger y disfrutarlos. Lamentablemente muchas de ellas están vacías porque la gente coge los libros y no los vuelve a liberar. En Europa ya he visto varias cabinas de teléfonos que han sido reconvertidas en estanterías para que la gente libere allí sus libros y no sufran las inclemencias del tiempo.
Desde estas líneas os animo a que compartáis libros ya sea mediante bookcrossing, donándolos a las bibliotecas municipales o lo que sería una iniciativa interesante crear en las empresas pequeñas “bibliotecas de trabajo” donde los trabajadores dejen libros que ya no usan o que no van a volver leer para que sus compañeros los puedan leer. Me imagino en esa flamante sede de El Deporte Conquense una pequeña balda con libros de deporte y que sus entrevistados puedan leerlos (me comprometo a donar los primeros ejemplares). O una empresa enorme como puede ser Amaranto con sus casi mil trabajadores un pequeño espacio para esa biblioteca, o cada sala común de los trabajadores en el hospital, o esa delegación pública, o… Porque al final lo bueno es compartir lo leído con los amigos y compañeros.