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La historia de Julián Marín, el boxeador que le dio el oro a Cuenca en los Juegos Deportivos de La Mancha en 1976

Julián Marín Salas nació en Cuenca, hace 65 años. Su vida ha estado ligada siempre al deporte pues ya desde muy pequeño empezó a jugar al fútbol en su barrio. Su primer equipo serio fue el Dulcinea, que estaba patrocinado por el bar Dulcinea. Recuerda que en ese equipo jugaban muchos seminaristas del Seminario Mayor de Cuenca que además lo hacían bastante bien. También estaba en el equipo Mantecón, que luego jugó en la Unión Balompédica Conquense como portero. Participaban en la liga de adheridos, torneo local de fútbol aficionado en el que había nivel, porque en los equipos se repartían jugadores que habían pasado ya de la categoría juvenil y también veteranos que ya habían dejado de jugar en serio pero no querían apartarse del todo de ese mundillo. El caso es que se veían buenos partidos.

A Julián le encantaba el fútbol pero había otro deporte que desde niño le había cautivado y era el boxeo. Recuerda que en Maestría (lo que era Formación Profesional, el actual instituto Pedro Mercedes) llegaron a organizar un combate de boxeo en el campo de fútbol. Pero resulta que solamente tenían un par de guantes y entonces cada boxeador solo tenía un guante. Por supuesto Julián participó en ese combate contra un compañero de clase. El resto de compañeros jaleaba a los contendientes. A partir de ahí Julián empezó a boxear con los amigos del barrio.

Además en la televisión veía muchos combates, como el campeonato mundial que disputaron el español Pedro Carrasco contra el estadounidense Mando Ramos. Tenía en su habitación un póster de Pedro Carrasco que era uno de sus ídolos. Entonces empezó a bajar al edificio de Palafox a ver entrenar a los boxeadores de Cuenca, que se ejercitaban allí. Y un día se dirigió a Ramón Sánchez, que era el entrenador, todo un conocedor de los misterios de ese deporte, y le comentó que quería boxear. Tenía entonces 17 años. Ramón lo llevó al gimnasio que también tenían en El Sargal y viéndolo en una sola tarde de entrenamiento le aseguró que en dos meses debutaría en un combate. Y es que Ramón sabía ver en un chaval si tenía madera para dedicarse al pugilismo.

Normalmente había una velada de boxeo en las fiestas de la Virgen de la Luz y Julián empezó a tomarse en serio el boxeo, entrenando con todas sus ganas, con compañeros como Tony García “el Pesca” y Victorio Maroto, que ya tenían bastante experiencia. Además entrenaba con ellos y con Ramón a diario, haciendo preparación física, técnica y guantes, porque recuerda que entonces hacían muchos guantes (peleas como entrenamiento) cosa que ahora parece que ha cambiado y ya no se hace tanto en el entrenamiento de los boxeadores.

Con el tiempo se fueron añadiendo más boxeadores nuevos porque en aquella época el boxeo era, tal vez, el segundo deporte nacional tras el fútbol; ni el baloncesto ni el balonmano ni ningún otro deporte tenían tantos seguidores. Algunos de esos nuevos compañeros eran: Juan Sánchez, Jesús Buedo, Chencho, Ángel Chillarón, Raúl… El caso es que cada día eran más en el gimnasio y había mucha ilusión entre los jóvenes, siempre dirigidos por Ramón.

Todavía se emociona al recordar su debut en el polideportivo de El Sargal. Le tocó medirse con un púgil ya veterano de Madrid. No le dijo nada a sus padres de que iba a participar en su primer combate porque ellos no estaban de acuerdo en que peleara, de hecho estaban totalmente en contra y por eso lo hizo a escondidas. El día anterior al combate, Julián fue al Sargal a ver el ring y empezó en ese mismo momento a sentir los nervios propios del que por primera vez se va a poner los guantes en serio, esta vez sí, para pelear contra un rival con árbitro, con público… Un gusanillo le iba comiendo por dentro. ¿Sería capaz de hacerlo bien delante del público, amigos, compañeros de trabajo, del gimnasio…?

Aquellos tiempos eran muy diferentes a los actuales, de hecho los boxeadores se cambiaban todos en el mismo vestuario, algo impensable hoy en día. Entonces Julián preguntó por su rival y se dirigió a él para saludarlo e incluso hablaron un poco. Supo entonces que con quien se tenía que enfrentar era ya veterano y evitó comentarle que para él era su primer combate. Y llegó el momento de la verdad, ahí estaba Julián saliendo al ring para disputar su primer combate, en el peso pluma que era el suyo. Recuerda que los verdaderos nervios empezaron al salir por el pasillo y ver las bombillas encima del ring. Esas luces le dispararon la adrenalina en ese mismo momento. Empezaba lo serio, no es lo mismo entrenar que pegarse en el cuadrilátero.

Sonó la campana que daba inicio al combate y Julián, jaleado por el público local, salió decidido a por su rival, que quedó desconcertado con el derroche de energía que exhibió su contrincante, entusiasmado por todo el apoyo que le venía de las gradas. Resultó que el primer asalto fue claramente de Julián, espoleado como decimos por el calor de su público. Pero en el segundo asalto se impuso ya la veteranía del rival, que llevaba en sus puños más de 40 combates y entonces se igualó la contienda. El tercer asalto pilló muy cansados a ambos púgiles y al final el resultado fue de combate nulo. Los comienzos eran ilusionantes para el boxeador conquense que salió muy bien parado ante un rival mucho más experimentado. La prensa local se hizo eco de este combate y lo calificó como una gran pelea.

Pero al día siguiente recibió la primera bronca de sus padres, que al verlo con el ojo morado supieron que había boxeado. Ellos siempre estuvieron en contra de ese deporte. El caso es que Julián siguió entrenando con ilusión, con empeño, siempre con un gran esfuerzo ya que por las mañanas lo primero que hacía era salir a correr en solitario mientras que por las tardes le tocaba ya el entrenamiento en el gimnasio, el específico de su deporte. Eran horas de entrenamiento que llevaba muy bien por la pasión que suponía para él el dedicarse a esto.

En las veladas de boxeo, organizadas por el entrenador Ramón Sánchez, conocido por sus pupilos como el Maestro, siempre había tres combates amateur y dos profesionales. En Cuenca hubo grandes veladas, incluso algunas se celebraron en el antiguo cine Xúcar, en el Colegio Menor (actual residencia universitaria Alonso de Ojeda) o en La Fuensanta. Y llegaron a venir a Cuenca grandes boxeadores e incluso algunos púgiles conquenses llegaron a boxear en equipos madrileños. Y llegó su segunda pelea, en este caso en Barrax, un pueblo de Albacete. Y ganó ese combate en el segundo asalto por abandono de su rival, que recuerda que era más bajo que él, algo que jugó en su favor. Entonces se dio cuenta de que la preparación que le estaba dando su entrenador, Ramón, era muy buena. Entrenando se quitaba el estrés, pero había que entrenar muy duro. Recuerda también que con un Seat 1.500 negro hacían los viajes por Cuenca y por Albacete.

El caso es que tras varias peleas, la última en agosto, en la velada que se celebraba con motivo de las Ferias de San Julián en nuestra ciudad, decide dejar el boxeo. Muchos boxeadores conquenses se habían ido y se enfrío el ambiente. Además influyó de manera decisiva el que conoció a su novia (y actual mujer) que no quería que boxeara. Se unía la oposición de su novia a la de sus padres, que seguían insistiendo en que lo dejara. Y Julián colgó los guantes… Momentáneamente, porque al poco tiempo lo llamó Rafael Araque, que era el Delegado de Deportes de Cuenca en ese momento, y le comentó que quería contar con él para el equipo que Cuenca iba a presentar a los Juegos Deportivos de La Mancha que ese año de 1976 se iban a celebrar en Cuenca a principios del mes de septiembre y querían presentar un equipo competitivo en todos los deportes. Por eso, conociendo su gran calidad, querían contar con él para el peso pluma. El caso es que Araque lo convenció para volver a ponerse los guantes.

Recuerda el desfile que se hizo en La Fuensanta como inauguración de aquellos VII Juegos Deportivos de La Mancha y allí estaban todos los deportistas de todos los deportes que iban a disputarse, incluso los ciclistas llevaban sus bicicletas en el desfile. Hubo final directa en todos los pesos porque no se presentaron algunos boxeadores, lo que provocó que cada combate fuera una final donde se decidía la medalla de oro y la de plata. Además Cuenca tenía un gran equipo, como así se demostró finalmente al ser la provincia ganadora de manera global en boxeo, la que mejor resultados obtuvo. En ese equipo estaban varios boxeadores de San Clemente (que contaba con un gimnasio, mucha afición a ese deporte y buenos púgiles) y también los conquenses Julián y Tony García.

Y ahí estaba de nuevo Julián en un ring de boxeo, para intentar ganar la medalla de oro en el peso pluma en aquellos juegos ante un rival, Juan Sánchez, de Albacete, que el año anterior le había ganado por puntos. La final, recuerda Julián como si fuera hoy aunque han pasado más de 46 años, fue un combate muy duro. El árbitro llegó a contar la cuenta de protección a los dos boxeadores. Las gradas del Sargal estaban llenas, además con un público volcado con los locales. Y Julián tenía que aguantar como fuera y acabó ganando por puntos, ante el clamor de El Sargal. Aquel sí fue ya su último combate, ahí decidió colgar los guantes definitivamente. Eso sí, con la satisfacción de colgarse la medalla de oro en esos Juegos de La Mancha celebrados en nuestra ciudad, una medalla que todavía conserva.

Se marchó entonces a la mili, el servicio militar obligatorio que entonces tenían que cumplir los jóvenes en nuestro país. Y en la mili, ya retirado del boxeo, aún tuvo ofrecimientos para volver pues alguna vez se acercó a algún gimnasio, porque este deporte le había dejado muchos amigos y conocidos, y algún entrenador y también algún antiguo rival lo animaron a combatir de nuevo. Pero no volvió a ponerse los guantes nunca más.

Al volver del servicio militar entra a trabajar en la empresa Travenol, se casa y el boxeo queda ya como un recuerdo. En la fábrica de Travenol hicieron un equipo de fútbol sala para participar en una liga local que había y también en los torneos de verano y de Navidad que organizaba el ayuntamiento de Cuenca. Y Julián volvió a calzarse las botas de fútbol, bueno de fútbol sala. El equipo de la fábrica tenía bastante nivel y llegaron a ganar la liga local y también a hacer muy buen papel en los torneos veraniego y navideño. En esos torneos el equipo contaba con el refuerzo de Joaquín Caparrós que trabajaba también en Travenol (con quien conserva una bonita amistad que le ha llevado a visitarle en cada equipo en el que ha militado e, incluso, se han ido juntas ambas familias en varias ocasiones de vacaciones).

Además Julián también jugaba al fútbol, en el Comercial Conquense, con el que llegó a ganar la liga de adheridos. Jugaba de lateral derecho y recuerda que el año que fueron campeones de liga además consiguieron ser el equipo más goleador y el menos goleado. Jugaban muy buenos futbolistas en aquel equipo. Y también se acuerda de que tuvo una breve incursión en otro deporte, en el rugby. Fue efímera pues solo llegó a disputar un partido. Resulta que en Cuenca se formó un equipo universitario de rugby pero no tenían rivales contra los que jugar. Entonces se formó un equipo de chavales de los barrios de Cuenca para enfrentarse a los de la universidad y que pudieran así al menos jugar algún partido.

Pues ese partido se jugó en el antiguo campo de tierra de La Fuensanta, donde las porterías las tuvieron que improvisar con unos palos que les dejaron en la fábrica de maderas de Cuenca. Se jugó con motivo de las fiestas del barrio del Cristo del Amparo. Esta fue la única incursión de Julián en el rugby.

El deporte siempre ha estado presente en la vida de Julián y siempre ha sido algo importante para él. Dice que si tiene que quedarse con un deporte se queda con el boxeo, deporte que le sigue gustando mucho e incluso a veces baja al gimnasio a ver entrenar a los jóvenes que ahora se dedican a esa disciplina. Dice que ahora hay un chaval muy bueno en Cuenca, David García, que tiene un gran porvenir. Lo ha visto en acción y le gusta mucho como boxea.

Cuando coincide con algún compañero de aquellos tiempos recuerdan aquellos años, los combates, los entrenamientos y todavía se emocionan acordándose de las múltiples anécdotas, de las vivencias que tuvieron. Casi llegan a creer que todavía siguen en activo, comenta con humor. «El boxeo es un deporte duro, pero noble», reflexiona.

Echando la vista atrás Julián recuerda que los entrenamientos de entonces no tienen nada que ver con los de ahora. Antes eran más duros y se contaba con menos medios. Los gimnasios de ahora son otra historia. En su época las duchas solo tenían agua fría y contaban con muchos menos aparatos de entrenamiento. Los gimnasios olían a gimnasio, a sudor y a sacrificio (le viene a la memoria) ahora todo es más light. Además eran mucho más pequeños aquellos recintos. Los combates se hacían sin casco, con lo cual los golpes se notaban mucho más. En los entrenamientos se hacían muchos guantes (combates entre los mismos compañeros del gimnasio), muchos asaltos a diario. Ahora se trabaja más la técnica. Recuerda que cuando empezaba la temporada de entrenamiento las narices no se le deshinchaban en todo el año debido a los golpes recibidos a diario y luego en los combates.

En Cuenca había mucha afición al boxeo en Cuenca en aquellos años, aunque muchos se acercaban a probar al gimnasio pero en cuanto hacían guantes ya no volvían. Eso sí, había muy buen ambiente entre los boxeadores y se llevaban muy bien, compartiendo después de los combates un rato en el bar, comentando con el rival la pelea que habían tenido. Era un deporte muy noble que no responde a la mala fama que algunos le quieren dar.

Recordando algunas anécdotas de aquellos tiempos se acuerda de que los que iban pasados de peso, porque la báscula no mentía, se ponían unos protectores de plástico para hacer ejercicio, abdominales por ejemplo, y sudar más. Otro recurso era ponerse cerca de algún lugar donde hiciera mucho calor y ejercitarse con dureza (cerca de alguna estufa o algún radiador) para sudar mucho. Pero a él nunca le hizo falta recurrir a estos métodos.

También le viene a la cabeza que su mayor miedo eran las manos abajo, porque un buen golpe te deja sin respiración, te quita el aguante, vamos que un golpe en el hígado te deja muy mal.

Otra anécdota que le viene a la cabeza y que dice que sería impensable hoy en día es que en una ocasión tuvo que ir él mismo a la farmacia poco antes de un combate pues se había olvidado las vendas que hacen falta para proteger las manos. También recuerda que el protector bucal era muy ligero y había que meterlo en agua y anís para quitarle el sabor de la goma, que era muy desagradable. Aunque lo peor para él, lo que menos le gustaba, era la vaselina que el entrenador le untaba con el puño en la nariz para protegerla y que se la dejaba como un chicle. Curiosamente la peor lesión en la nariz que tuvo Julián, rotura de hueso, no fue boxeando sino en un partido de fútbol. Le tuvieron que poner una férula en la nariz rota.

«Mis mejores años fueron los del boxeo y me quedo con ellos», termina reflexionando Julián. En la actualidad hace senderismo, «hay que mantenerse activos, siempre he huido del sedentarismo» culmina.

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