
Tercera entrega de la serie de 3 sobre la aventura emprendida del alpinista conquense Pedro Cifuentes, primera persona en lograr la Travesía Integral de las Torres del Paine. Sumérgete en su desafío.
Puedes leer las otras dos entregas en los siguientes enlaces. Primera parte y Segunda parte.
Nuestros lectores podrán optar a un póster firmado por el propio Pedro Cifuentes. Basta con entrar en el blog de Pedro Cifuentes
y dejar un comentario respondiendo a la siguiente pregunta.«¿Qué aventura le propondrías realizar a Pedro Cifuentes?»
Todos los que comentaron en la primera y segunda entrega obtendrán el póster. Además, si comentas en las tres entregas entrarás en el sorteo de un regalo muy especial por parte de Pedro Cifuentes.
Solo en su soledad
Pedro Cifuentes había llegado a la cumbre de la Torre Central. 2 torres de 3, más de la mitad del camino y el desafío más cerca de conseguirse, pero la furia de Patagonia llamó por el móvil adoptando la forma de su amigo Ivo: «Date vidita, tienes medio día para bajar que vienen días malos».
Y es que la expedición había ido perfecta hasta el momento. Patagonia se dejaba hacer y Pedro Cifuentes avanzaba por las vías y largos de las torres. Lo que no sabía es que le esperaban «largos» días y vías desaparecidas.
Pedro esperaba pasar dos o tres días de retiro, sin poder escalar ni hacer nada, pero el tiempo haría que fueron 8 días los que nuestro alpinista tendría que estar recluído. Recluído y aislado en una tienda de 80 centímetros de ancho por 2 metros de largo, luchando contra las inclemencias del tiempo y la soledad y viendo como pasan los días sin poder continuar la expedición y peligrando su reto.
El tiempo le atacaba de una manera feroz, ya fuera en forma sólida, líquida o gaseosa: «Tuve que ponerme debajo de un techito para evitar los desprendimientos, el hilo de agua del que bebía se convirtió en una cascada de la que caía todo el rato agua a la hamaca y el viento es mortal» recuerda Cifuentes.
Los primeros días de mal tiempo, Pedro tenía claro que debía salir de la tienda para tomar el aire, estirar las piernas y mover cuerpo y mente, pero cuando vino el auténtico frío patagónico todo cambió: «Cuando vino el frío el agua se congeló, las cremalleras también se congelaron y no podía salir fuera».
Ahora no podía salir de su estancia, una prisión clasutrofóbica en la que por si fuera poco las temperaturas y el viento no ayudaban a que fuera más agradable: «Cuando venía un poco de aire es como si nevara dentro de la tienda. Se mojaba el equipo, por la noche no podía casi dormir y cada media hora tenía que despertarme a secar el equipo y comprobar que todo estuviera bien».
El trabajo de Pedro en esos días se centró en la vigilancia ya que era sabedor de que si el equipo se mojaba la expedición se iba por el desagüe junto con él.
Pero dicha vigilancia tenía que ser compaginada con la lucha contra la bajas temperaturas: «Un día normal un hombre puede gastar entre 2000 o 3000 calorías pero cuando más gastas es cuando estás intentando mantener el cuerpo caliente que gastas muchas más. Si estás tiritando gastas entre 18.000 o 20000» dice Pedro.
Por lo tanto, era vital mantener la temperatura y alimentarse: «Por el día intentaba siempre estar dentro del saco. Intentaba mantener el calor corporal e intentaba comer más. Los víveres iban escaseando y yo tenía que calcular y racionar la comida».
Pedro Cifuentes tiene una cosa muy clara: «El tiempo manda en Patagonia» y esa vez no iba a haber excepción a esa regla. El mal tiempo había hecho acto en escena, pero Pataogonia iba a hacer pasar a la acción a su elemento más temido: el viento. «Estar metido en una tienda 8 días con el viento soplando es mortal. No puedes dormir, no puedes pensar, no puedes hacer nada. El viento te vuelve loco».
Además cuando hace viento es cuando más desprendimientos hay en la pared. Pedro afirma que había día que eran incontables las rocas que caían y que incluso podía ver las chispas que saltaban cuando impactaban. «Había días de verdadero miedo con los desprendimientos».
Una auténtica batalla contra las capacidades físicas y las condiciones extremas, pero la mayor guerra que el alpinista tuvo que librar fue contra sí mismo, contra su mente. Estaba solo, sin poder hacer otra cosa que permanecer en su tienda tratando con sus propios pensamientos y por si fuera poco cuando tenía una oportunidad de salir las piernas no le respondían al no estar acostumbradas a andar. «Esos días estaba pensando abandonar» dice, «Cuando van pasando los días la mente ya no quiere estar allí. Mi mente decía ¿Qué hago yo aquí? Comida mala, agua mala y menos mal que llevaba la botellita de plástico para poder mear porque si no habría perdido calor y calorías y lo habría pasado más que mal».
Además Pedro tenía claro que esa era la última vez que intentaba su desafío con las Torres del Paine y veía que por culpa del tiempo se iba desgastando cuando ya estaba tan cerca: «En ese sentido no quería abandonar, quería luchar pero siempre que fuera una lucha escalando y no estar en una tienda esperando y comiéndome la moral».
Para no caer físicamente Pedro intentaba mover las piernas y los brazos dentro de la tienda. No conseguía ganar mucho físicamente pero se mantenía activo. Pero su mente no tenía la misma actividad ni se encontraba centrada: «Mi mayor lucha fue con mi propia mente».
Su forma práctica para distraer la mente fue un simple cuaderno, un pequeño bloc de notas que lamentablemente no pudo sobrevivir a la expedición: «Yo escribía en mi cuadernito, lo que yo pensaba, sentía, planes de futuro… y luego se perdió y fue muy doloroso. Ahí se iba toda la parte sentimental de la expedición».
Pero lo que realmente le ayudó a ganar la batalla psicológica fue el recuerdo de su preparación, de su gente y de lo cerca que se encontraba del gran reto que tanto había esperado para conseguir y que tan cerca estaba de sus manos: «Me acordaba de todos los momentos entrenando, de la aclimatación tan dura, en todo lo que me había costado llegar hasta ahí y en la gente que confiaba en mí».
Una expedición no termina hasta que llegas abajo
Tras ocho días de reclusión sin poder escalar ni hacer movimiento alguno, el cielo se abrió dejando de nuevo vía libre para la expedición. Patagonia había puesto una prueba de fuego a nuestro alpinista en la que debía combatir contra lo físico y lo psicológico durante ocho largos días. Cifuentes la pasó con creces y ahora la montaña invitaba a su huésped a continuar.
Lo cierto es que al principio el tiempo mejoró con timidez, permitiendo a Pedro ir moviéndose y preparándose para el ascenso de la última torre aunque, no hizo falta pensarlo mucho. Llevaba días que habían parecido semanas dentro de la tienda, sin poder hacer nada más que estar inmerso en su soledad. Tan cerca de la consecución del reto y a la vez tan lejos. Ahora que el tiempo daba una tregua, no tenía nada más que pensar «Me voy para arriba».
Antes de nada, se puso a fijar cuerdas para adelantar terreno y empezó a abordar la Torre Sur. Esta torre es la más lejana, pero también la más alta. Pedro la compara y dice «Es como un edificio de 400 plantas».
La primera parte de la torre es muy complicada pero con el trabajo que Pedro se había quitado fijando cuerdas, ahorró mucho en tiempo y en esfuerzo. «Empecé a izar el petate y cuando vino el sol yo ya estaba tres largos por encima». Todo ahorro de energía era vital a estas alturas y Pedro hacía todo lo posible para no agotarse demasiado: «A la hora de izar el petate las fuerzas iban muy justas. A veces ya me colgaba a contra peso con una polea para ahorrar fuerzas».
Ya solo le quedaban otros tres largos, un slap y la parte final de escalada a la cumbre para haber conquistado las tres. No fue una escalada demasiado dura excepto por la escasez de fuerzas fruto del desgaste, pero Cifuentes pudo llegar a la cumbre con relativa facilidad. Aún así iba con extremo cuidaddo ya que una caída a esas alturas significaba la muerte. Lo que no sabía es que pronto la muerte se le acercaría sigilosamente y le rozaría bajando de la Torre Sur.
Pero antes de las penas llegó la gloria. Pedro estaba haciendo cumbre en la tercera torre, sentado en la cima oteando al mundo y sonriéndose por verse más cerca de su destino. «Cuando llegué a la cumbre fue la bomba. Ahí pienso que ya está hecho, pero hay una frase de un escalador que dice que una expedicion no se termina hasta que llegas abajo y ahí se confirmó».
Nuestro alpinista pensó por un momento que todo acababa, que por fin lo conseguía y no se acordó que todo lo que sube debe bajar. Fue en esa bajada donde casi termina la expedición, donde casi acabó la vida de Pedro cifuentes.
Penduleando con la muerte
Después de hacer cumbre tocaba hacer el descenso de la Torre Sur. Solo una bajada más, solo un poco más y la expedición acabaría con el ambicioso objetivo cumplido.
Desde la cumbre, Pedro tenía que bajar hasta un glaciar en busca de la vía Hoth que sería por la que bajaría. Pedro pensaba que el nombre de la vía era Hot que en inglés es calor y esperaba una plácida bajada, pero no fue así. La vía se llamaba Hoth en honor a un planeta de la saga de películas «La Guerra de las Galaxias» que llevaba ese nombre y era un planeta helado. El descenso de la torre no sería ni mucho menos cómodo.
Cuando llegó al glaciar y se puso a buscar la vía, se dio cuenta de que se había desprendido gran parte de la roca y que había desaparecido toda la vía abierta: «Donde yo creía que había anclajes para bajar no había nada y no podía bajar como de las demás torres».
Tenía que bajar fuera como fuera, asumiendo riesgos que podían ser mortales y jugándose el tipo en cada movimiento: «Suponía mucho riesgo, pero yo tenía que bajar de ahí porque no me quedaba comida y venían tres días malos».
Pedro Cifuentes se encontraba ante su momento más delicado de la expedición; no había vía, no había comida, no había tiempo y la fusión de esos factores con la necesidad de bajar atraía a la muerte con el perfume del riesgo.
Pedro estaba haciendo una hazaña sobrehumana, pero él es humano y el miedo también lo es: «Cuando empecé a buscar la vía y no la encuentré me entró miedo. Me quedé colgado en el aire sin poder subir para arriba ni pendulear con el petate colgado, asique tuve que cortar el petate y tirarlo para abajo».
Cuando cortó el petate, Pedro vio salir unos papeles de él y al momento supo que era su cuaderno, su amado bloc en el que escribía sus sentimientos y emociones y que junto con su petate se hundía en el abismo. El Cifuentes físico estaba colgado de la torre, pero sus sentimientos durante su estancia en la montaña se habían perdido para siempre.
Pero ahora no era momento de pensar en la pérdida del cuaderno, tenía que salvar la vida y se encontraba colgado de la torre sin poder bajar por un procedimiento seguro. La frase «el que no arriesga no gana» se transformó para Pedro en «el que no arriesga no sale con vida».
Una vez cortó el petate tuvo que subir para arriba a pulso y empezar a pendulear: «Tenía que ir jugándome el tipo todo el rato. Cuando veía una alhaja que se separaba un poquito de la pared ponía un cordino, lo ataba dejaba un mosqueón y ahí me colgaba».
Pero hasta ese procedimiento dio problemas cuando empezó a no ser seguro por las piedrás que se movían y desprendían: «Empecé a andar por la pared, encontré una alhaja y me quede enganchado, pero noté que me mareaba y era la piedra que se estaba moviendo. Luego esa piedra se cayó».
Parecía que la montaña se volvía contra él, como si no quisiera ser conquistada y se defendía con todo. Las piedras caían por doquier y pasaban a Pedro muy cerca o incluso le golpeaban: «Me dio una piedra en la mano que creía que me la habia partido y otra en el casco que me lo torció. Tuve que seguir bajando pero si había tres desprendimientos más no saldría con vida».
Pedro Cifuentes se había hecho a la idea de morir ahí. Cambió su pensamiento hasta partir de la premisa de que ya estaba muerto y que si conseguía bajar sería como resucitar. Este hecho le llevó a emprender acciones y tomar riesgos que en circunstancias normales no hubiera llevado a cabo: «Había veces que se me enganchaba la cuerda, me desencordaba y subía a por ella sin cuerda y sin nada. Esos riesgos los tomo porque ya no sabía que hacer, tenía que salir de ahí».
A base de pendulear e ir agarrándose a las rocas consigió bajar y llegar al suelo. Había realizado un descenso peligroso, quizá uno de los actos más arriesgados de su vida y había esquivado a una muerte que le miraba rabiosa desde la cima de la Torre Sur. Pero una vez llegado al suelo no todo había acabado. Ahora se encontraba en un glaciar plagado de rocas procedentes de los desprendimientos y sin una salida clara. A pesar de que ahí ya había conseguido su hazaña tan esperada, Pedro Cifuentes no se dio cuenta de ella ni se alegró hasta pasado un tiempo: «Empecé a sentirme un poco bien cuando salí de todo porque nada mas bajar llegue al glaciar y no veía la salida. Cuando bajé no fue una gran alegría, era más un «ya he acabado» que una alegría. La alegría llegó más tarde».
Cuando consiguió salir de ese laberinto de rocas y nieve, Pedro se encontró con su amigo «El Trompa» que le estaba esperando al otro lado.
El Trompa le llevó una cerveza que sabía como ninguna bebida que hubiera podido beber antes. Ya no recordaba ese sabor que fue como el maná en medio del desierto.
Pedro se había acostumbrado a su rutina en la montaña y esa noche se acostó a las 12 y a las cuatro estaba en pie. Se había acostumbrado a trabajar sin prisa pero su amigo El Trompa tenía que irse para coger un autobús por lo que Pedro decidió quedarse solo e ir a su ritmo. Allí gasto la última ración que le quedaba pero pronto vendría lo bueno, la celebración.
Se fue con su amigo Nico, que además hacía las veces de guía en Patagonia a su pueblo, Punta Arenas, donde se le hizo la fiesta típica de los escaladores, con asado, música andina y alcohol para pasar el trago de la Torre Sur.
Pensando en frío
Por fin lo había conseguido. El reto para el que llevaba tiempo preperándose, para el que había hecho otras expediciones que habían resultado fallidas y en el que tenía puesta la mente desde hace años había sido superado, pero Pedro no acababa de asimilarlo y el júbilo no inundó su cuerpo: «Estaba contento, pero estaba malo, había perdido nueve kilos y medio y casi no podía andar, así que que la sensacion era de esto es una mierda».
Lo cierto es que el alpinista conquense puso al límite su cuerpo y a punto estuvo de vencerle por lo que en un principio las celebraciones eran secundarias.
Primero tenía que asimilar lo que había hecho, la hazaña que había conseguido pero en seguida sus pensamientos se iban a esa bajada de la Torre Sur en la que temió por su vida: «Era más facil perder la vida que salir con vida. Lo que fuera a hacer tenía que hacerlo rápido aunque me costara la vida para intentar salir con vida, esa es la paradoja».

Había esquivado a la muerte, pero pensando en frío era consciente de que había tenido una pizca de suerte al sobrevivir a sus propias imprudencias fruto de la desesperación: «Hice cosas que son una locura, menos mal que salieron bien pero si no habría muerto seguro».
Ahora que lo ha conseguido, a Pedro Cifuentes le han preguntado varias veces si volvería a hacer este desafío a lo que de primeras contesta: «No porque ya lo he hecho», pero a la vez añade: «pero si no lo hubiera conseguido solo por mi bajada de la Torre Sur me lo pensaría».
Un proyecto acabado
Se puede decir que Pedro Cifuentes es un hombre que abre vías y cierra etapas. A parte de abrir vías en la montaña no está cerrado nunca a nuevos proyectos, retos, lugares, objetivos… Pero su personalidad inquieta hace que normalmente no se centre en uno sino que va cambiando constantemente sin un orden ni una jerarquía.
Patagonia y las Torres del Paine han sido una de las metas que se propuso y que no ha parado hasta conseguir. Un proyecto que no ha dejado a medias y que no ha abandonado hasta que lo ha visto realizado. A parte del gran hito conseguido, Pedro se siente satisfecho de cerrar una etapa de su vida, algo que para él en su inquietud no es lo más habitual: «Lo que más me ha llenado de esta aventura es que yo soy un tío muy nervioso y no termino las cosas, pero esto es una de las metas de mi vida que al final acabo y las cierro. Eso es lo que realmente me gratifica».
Pero está claro que la satisfacción personal, el reconocimiento y la notoriedad del reto hacen que Pedro se sienta bien, obteniendo una recompensa por hacer lo que le gusta: «Plantearte un reto de este tipo, que no ha conseguido hacer nadie e ir yo y hacerlo en solitario me llena mucho».
Aún así, a pesar de todo, Pedro asegura ser el mismo, la misma persona, con la misma vida, los mismos amigos y la misma filosofía de vida. Lo único que cambia para él es el renombre: «Soy el mismo, solo que antes no era tan conocido y ahora me conocen un poco mas».
Pero cuando alguien adquiere cierto reconocimiento, debe enfrentarse a dos partes: la de los honores y elogios y la de las críticas. Pedro afirma que antes se afectaba mucho por las críticas pero que ahora es consciente de lo que ha conseguido y las acepta sin más: «Cuando has hecho algo como esto siempre va haber una parte que te va a querer mucho y otra que te va a tener envidia y te va a desprestigiar».
Y es que como dice el propio Cifuentes: «La gente solo tira piedras al árbol que da frutos».
Para Pedro hay que saber aceptar las criticas, pero ante todo las criticas constructivas. Se deben valorar, analizar y aplicar para intentar mejorar.
Pero a todos aquellos que critican por criticar, y que le dicen cosas como «eso que has hecho es una mierda» o «no eres el primero ya lo habían hecho antes» Pedro prefiere hacer oídos sordos. Él ha vivido la experiencia y la llevará consigo para siempre, eso es lo que le importa: «Ellos no han estado tomando mate, no han visto las torres de color rosa, no han disfrutado del frio y de las condiciones extremas» dice Pedro. La experiencia es suya y las criticas no borran sus recuerdos.
Le da igual que digan que lo ha que ha hecho es grande o que no, que no tiene tanto mérito, sino que valora todo el aprendizaje que ha adquirido con ello y el paso al frente que ha dado ya que para el Cifuentes lo más importante es avanzar siempre: «Todo lo que no sea evolución es involución y siempre hay que avanzar».
En cuanto a los que dicen que lo que ha hecho no es una gran hazaña, solo comenta: «El tiempo dirá si alguien más puede conseguir esto».
Veremos si el tiempo nos muestra a alguien capaz de repetir la hazaña de Pedro Cifuentes en un futuro, pero en el presente nadie más ha conseguido lo que el alpinista conquense y no parece que haya demasiados lo suficientemente valientes o lo suficientemente locos como para hacerlo.
El amigo de Pedro, Nico que además le hizo de guía por Patagonia califica ese desafío de locura: «Para hecer lo que ha hecho Pedro hay que estar loco de cabeza. Es el loco de la colina».
Y es que todos los grandes genios de la historia y todas las hazañas más increíbles tienen tanto un toque de talento como de locura y es eso precisamente lo que los engrandece.
Pedro Cifuentes había perdido varias batallas contra la Patagonia y las Torres del Paine, pero lo importante es ganar la guerra.
El alpinista tiene en su «tablón de la motivación» una frase de Carlos Castaneda que resume la ley del guerrero, la ley de Pedro Cifuentes: «Un guerrero no puede quejarse ni lamentarse por nada, su vida es un interminable desafío y los desafíos no pueden ser buenos o malos, los desafíos son simplemente desafíos».
Durante estas tres entregas sobre su aventura, hemos mostrado como la vida de Pedro también es un interminable desafió, un continuo pulso con la montaña, un desafío constante en el que no cabe lamentarse, calificarlo de bueno o malo o rendirse, sino que hay que marcarse ese desafío, visualizarlo, abordarlo y conseguirlo. Pedro Cifuentes desafió a Patagonia y venció.
Nuestros lectores podrán optar a un póster firmado por el propio Pedro Cifuentes. Basta con entrar en el blog de Pedro Cifuentes
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Todos los que comentaron en la primera y segunda entrega obtendrán el póster. Además, si comentas en las tres entregas entrarás en el sorteo de un regalo muy especial por parte de Pedro Cifuentes.
Grande tu hazana pedro,siento como que te conociera,te felcito por dar a conocer mi pais y dar a conocer su maravillosa geografia.