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Cristina Jiménez: la fortaleza de una bailarina coraje

Mezclar la delicadeza de la danza y la fuerza de la elasticidad podrían definir la técnica corporal de Cristina Jiménez. Si a eso le sumamos un gran toque de pasión, unas gotas de talento y una cucharada de perseverancia tendríamos la figura completa de esta gimnasta y bailarina conquense: “Toda la vida he estado vinculada al deporte y siempre me ha gustado probar las disciplinas vinculadas con el arte y el baile”.

El ballet y la danza clásica marcaron su pasado y también su presente, pero antes y durante hubo muchas otras disciplinas, cuando bailaba primero en la escuela Dolores Muñoz y después en la de Javier y Alegría. “Hice bolera, danza española, flamenco, gimnasia rítmica, funky, patinaje, bailes de salón, rueda cubana… Estos dos últimos fueron ya en la adolescencia para probar”.

Pero el tiempo pasa y las responsabilidades aumentan. Pese a ir a clases de baile incluso en fin de semana, tuvo que recortar horas y escoger qué disciplinas quería seguir practicando. “Me quedé con la danza clásica, la gimnasia rítmica, la danza española, el flamenco y la bolera. Son las que más me han gustado. Cada una tiene su técnica y su intensidad”.

Tuvo que dejar también la gimnasia rítmica, la que llevaba practicando desde el colegio. Tras acudir a campeonatos de Castilla- La Mancha llegó a competir también en pruebas nacionales. Con 14 años dijo adiós a un deporte que años después se pondría de nuevo en medio de su camino.

LA DANZA CLÁSICA, SU DEBILIDAD

Los movimientos de la danza clásica evocan un dulce sueño que Cristina siempre ha creado a base de trabajo y de aprendizaje de la técnica: «El ballet es muy técnico, está relacionado con el control absoluto del cuerpo y la mente”. Es la disciplina que escogió para formarse y lo hizo en el Conservatorio Profesional de Danza Clásica. Allí aprendió a deletrear y sufrir la palabra “sacrificio”, pero también a forjar su personalidad a través de los valores implícitos en esta etapa. “Soy más exigente, estricta, busco mucho el perfeccionismo. Fue duro, pero lo agradezco”.

Allí desarrolló también dos de sus mayores destrezas: su capacidad de concentración y de aceptar las críticas constructivas con el horizonte puesto en aprender y mejorar. «Valía la pena madrugar, llegar antes a casa para calentar, no tener descansos y estudiar asignaturas más allá de la técnica (como anatomía aplicada a la danza, composición musical o historia de la danza)». Pero la balanza se decantaba a favor del disfrute cuando preparaba las actuaciones dentro del Conservatorio, lo que más ha disfrutado en esta disciplina junto a la visita que realizó a la Compañía Nacional de Danza, donde incluso pudo intercambiar experiencias con los bailarines.

Tras cerrar esta etapa, regresó a Cuenca y comenzó a impartir clases: “Lo normal al acabar es irte a una compañía, pero yo acabé con lesiones que me impidieron querer seguir adelante con esta trayectoria y quise dedicarme a la enseñanza”. Entró a un club de gimnasia rítmica como profesora de danza.

LA GIMNASIA RÍTMICA, UNA SEGUNDA EXPERIENCIA

Aquí se quedó siendo una profesional todoterreno: “No solo somos entrenadoras o profesoras, vamos más allá: somos diseñadoras de los trajes, montadoras de audio con las músicas, hacemos de psicólogas para ayudar a las niñas y darles apoyo emocional…”. Regresó a la gimnasia rítmica diez años después de abandonarla por dolores musculares y se dio cuenta de que el deporte había evolucionado tanto que tuvo que formarse para continuar inmersa en este mundo: “Empecé a sacarme las titulaciones hasta conseguir ser entrenadora nacional. Así estuve hasta junio de 2022”.

En cuanto a la elasticidad, una de sus mayores destrezas, no hizo falta trabajarla desde cero: “Yo recuerdo mi flexibilidad siendo bastante mayor, no de pequeña, que sería lo normal. Ahora no puedo dedicarle el tiempo que quiero, pero me sigo fascinando de la memoria muscular que tiene el cuerpo”.

Ser entrenadora le permitía mimetizarse con sus gimnastas, a las que formaba y educaba. En ellas veía el poder de la superación que Cristina tenía: “En ciertos momentos de la temporada tendemos a la frustración y al bloqueo, pero con perseverancia y actitud sales adelante. No solo es el límite del cuerpo, también de la mente”.

Las emociones están vinculadas en un deporte donde la técnica queda supeditada a la fortaleza mental: “Trabajar con gimnastas que están en un bucle negativo es fundamental para obtener buenos resultados y disfrutar de los entrenamientos”. Les inculcaba también la pasión, la intensidad, el sacrificio y la disciplina que conlleva la gimnasia rítmica. Aunque no se olvidaba de enseñarles que lo más importante, por encima de todo, es el disfrute de un deporte cargado de belleza y energía.

Para completar esta debilidad del deporte, se ha formado como coach. “No deja de ser un proceso de acompañamiento reflexivo y creativo que acompaña a las personas a conseguir sus objetivos, para apoyarles al máximo y maximizar su potencial personal y profesional”. Su carisma y su capacidad de comprensión le permite crecer también en esta línea y desea formarse después como coach deportivo.

Tras pasar por el tapiz como gimnasta y quedarse a pie de pista como entrenadora, ahora se está formando para poder ser la tercera pieza del puzle: juez nacional. Ya cuenta con la titulación regional, pero desea seguir formándose, pese a que no se plantea ejercer por el momento: “Me parece muy complicado poner nota a una gimnasta y dejarla fuera de podio cuando se lo merecía”.

Aunque sin duda de lo que más disfruta es de su tarea como coreógrafa. “Creo que montar las coreografías de rítmica saca lo mejor y lo peor de ti. Cuando estás enfadada contigo misma los elementos de tu cuerpo son diferentes a cuando estás más tranquila. Depende también la etapa en la que te encuentres”. Aunque la protagonista sigue siendo la gimnasta y adaptarse a sus capacidades es la prioridad de Cristina, que necesita conectar con las músicas para dejar fluir sus movimientos con verdad y sentimiento.

SU NUEVO PROYECTO

Falta poco para que “Dansei”, su escuela de danza y gimnasia rítmica, abra sus puertas. Aunque abre miras y también impartirá pilates (es instructora desde 2015), ballet para adultos, neoclásico o full body ballet (es un ballet fitness).

El impulso se lo dio dejar atrás la gimnasia rítmica este verano. “Siempre quieres más. Abro los ojos y me planteo que con mi experiencia y mi formación puedo intentarlo por mi cuenta. Sabía que si lo hacía el momento era ya o nunca. Estoy muy motivada, con mucha energía de seguir haciendo lo que más me gusta: enseñar gimnasia rítmica y danza”.

Pero practicar rítmica y danza clásica va más allá del aprendizaje de la técnica. Cristina lo ve como una oportunidad para superar los problemas a través de la dedicación. A la vez, es enseñar a valorar el esfuerzo, aunque no siempre vaya de la mano de los resultados, y el compañerismo, creando un clima idóneo para trabajar en armonía.

Cristina habla de los beneficios de aprender a conectar la mente y el cuerpo: “se trabaja la psicomotricidad, la lateralidad, pero también la creatividad”. Valora el trabajo en equipo, vital para desarrollar la empatía y fomentar así la coordinación grupal. Eso sí, también realiza entrenamientos más individualizados cuando es necesario ayudar a las gimnastas.

Se le queda la espina clavada de haber practicado natación sincronizada o patinaje sobre hielo y no duda en afirmar que si Cuenca lo habría ofertado allí habría ido. “Me encanta ver la intensidad de los movimientos y su belleza, igual que en otros campos como la salsa o el tango ya a nivel profesional”.

Ávida aprendiz de danza, no descarta formarse en gimnasia estética cuando el tiempo se lo permita. Tampoco desecha la idea de continuar amando el baile, la música, la danza y la delicadeza de una carrera artística a la que todavía le queda mucho camino por recorrer.

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