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Patricia Pérez-Moneo, una “casi” olímpica en lanzamiento de jabalina

La pasión por el deporte le viene a Patricia Moneo de cuna. Sus padres se conocieron en la cancha de baloncesto y, desde que nació, no concibe una etapa de su vida sin estar ligada a la actividad física.

Tras un breve paso por la gimnasia rítmica, pudo mejorar su flexibilidad de la mano de Esperanza Calvo. Pero pronto cambió las punteras por la raqueta y se apuntó a tenis, deporte que, al principio, veía como una apuesta de futuro por sus buenas aptitudes en la pista: “Con cuatro años cogí mi primera raqueta de tenis. Me iba al club con mi padre a tirar bolas. Desde entonces empecé a jugar”.

Consiguió desde el inicio buenos resultados y recuerda, sobre todo, quedar subcampeona regional sub11 en categoría alevín con el Nuevo Tenis. Sin embargo, puede que, por el carácter individualista y competitivo de esta disciplina, la presión pudo con Patricia y decidió dejar atrás el deporte que parecía que iba a marcar su trayectoria deportiva futura: “Mi cabeza no estaba preparada para el tenis y tuve que dejarlo. La presión de este deporte no era saludable para mí y mi padre, bien decidido, dijo que había que cambiar de deporte. Me enfadaba mucho y no sabía llevarlo bien, ni cuando ganaba ni cuando perdía”.

Fue entonces cuando, ahora sí, se introdujo en el deporte que la convertiría en toda una deportista de élite: el lanzamiento de jabalina. Previamente probó con los deportes de equipos y empezó a jugar al fútbol sala como defensa en el Villa Román. También se atrevió con el voleibol en las escuelas, consiguiendo el campeonato regional infantil como central, siempre en el ataque.

Antes de dar el paso a la rutina deportiva más exigente, compaginó en los primeros años el voleibol con el atletismo. Su primera toma de contacto llegó con las carreras de campo a través, pero pronto cogió la jabalina en categoría infantil y, ahora sí, descubriría el deporte que más éxitos le ha reportado: “Es la etapa que más ha marcado mi vida”. Con tan solo dos meses de preparación, quedó subcampeona de España y decidió apostarlo todo aquí.

No se equivocó y los éxitos empezaron a llegar al pasar a categoría cadete y quedar campeona nacional. Tal fue su impecable papel que la federación se fijó en ella y, tan solo un año después de introducirse en la disciplina, recibió la llamada de la Selección Española. Becada, se marchó a Bilbao a entrenar: “Mis padres estaban encantados porque yo era buena estudiante y confiaron en mí pensando que podía conseguir algo bueno. Entrenábamos seis días a la semana cuatro horas”.

Allí siguió sumando podios: tras asistir a diversos clinics y participar en campeonatos internacionales, quedó primera de España en juvenil, promesa y junior. En esta última categoría, además, batió el récord de España en sub20 y quedó novena a nivel europeo. Vistiendo la camiseta nacional, creció en lo deportivo y en lo personal: “Los años en la selección española son los que mejor recuerdo. Me pilló muy jovencita. Me fui sola a Bilbao para entrenar, con mis propios ingresos desde los 16 años y con muy buenos resultados”.

Con el tiempo aprendió a gestionar los nervios en los grandes eventos deportivos: “En esta etapa ya era más mayor. Fui madurando”. Prueba de ello es que venció sus miedos incluso en una competición de la envergadura de los Juegos Olímpicos de la juventud. Puso rumbo hacia Italia y consiguió una meritoria quinta posición pese al elevado nivel competitivo: “Había chicas que lanzaban mucho más y las veías como una motivación, un objetivo a alcanzar. Fue una pasada porque te encontrabas con gente de otros países y estabas una semana con todos tus compañeros yendo a ver las competiciones”.

Y cuando parecía que sus resultados solo podían seguir creciendo de manera exponencial, una lesión de hombro truncó todos sus sueños, incluido el de las Olimpiadas: “La lesión fue un antes y un después porque la mínima para las Olimpiadas en ese momento no estaba tan lejos y yo tenía unos objetivos muy altos”. Quién sabe si podría haber alcanzado el estrellato olímpico: “Si hubiera seguido la progresión que tenía, probablemente sí”.

Con tan solo 20 años, en plena cresta de la ola, tuvo que bajarse obligada por la agresividad de este deporte, pese al férreo apoyo que recibió de sus compañeros cuando la presión le hacía recordar que el deporte, a veces, convierte el sudor en lágrimas: “Empecé a sentir la presión cuando mi hombro empezó a fallar. El entrenador me exigía mucho. Me desvinculé del nivel profesional y me trasladé a Valencia. Aquí seguí lanzando con equipos de menor envergadura hasta que mi hombro dijo que no”.

Pero su talante inquieto y perseverante no la mantuvieron alejada del deporte por mucho tiempo y volvió a jugar al voleibol, esta vez, en el club Hervás y hasta hace solo un par de años: “Competí en Segunda Nacional y llegamos en un par de ocasiones a la fase de ascenso”.

Ha decidido sumar un último peldaño en su escalera deportiva y desde 2014 juega al pádel: “Mi hermano se quedó con un club y actualmente es con el deporte con el que estoy vinculada”. La conciliación familiar y profesional no le permiten dedicarse a ello como le gustaría, pero sí continuar formándose y aprendiendo: “Tiene un componente social importante. Lo hago solo para disfrutar. Aunque sí que participo en torneos provinciales”.

El capítulo deportivo que sigue escribiendo tiene que ver con la medicina. Ginecóloga de profesión, se ha especializado en suelo pélvico y entrenamientos para embarazadas, ofertando este servicio en Magdala Sport. Una prueba más de que Patricia ha logrado hacer del deporte un vehículo que ha transitado todas las estaciones de su vida.

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