El riesgo forma parte de su ADN y, desde hace más de dos décadas, se ha convertido en el soporte vital de su crecimiento profesional. Quizás, coger una moto con solo doce años y empezar a hacer “caballitos” le ayudó a perder el miedo a la caída y a coger impulso para levantarse sin ningún pudor. El stuntman Emilio Zamora lleva casi treinta años creando ilusión sobre dos ruedas: “Vi una exhibición de un chico brasileño y pensé en la cantidad de cosas que se pueden hacer encima de una moto”. Ellas son sus fieles compañeras en cada uno de sus espectáculos, aunque encuentra en el aliento del público el empujón necesario para seguir reinventándose y aportando a sus exhibiciones ese toque simpático y atrevido que le caracteriza.
No tardó mucho en decidir que el Stunt Show sería su futuro. Recién cumplida la mayoría de edad, se dio cuenta de que su don iba más allá del baile con la moto y que su sello de identidad era la danza con el público: “Vi que tenía la capacidad de entretener a la gente. Yo me iba a entrenar y la gente venía a verme. Fue entonces cuando me planteé tomármelo en serio”.
Con una media de 60 espectáculos cada año, recorre la geografía española con sus acrobacias y derrapes: “Todos son especiales porque cada uno tiene un público y un lugar diferente. Intento dar siempre lo máximo, sea donde sea, me da igual la gente que haya”. Recuerda las concentraciones en Torremolinos, las invernales de Valladolid o, cómo no, los eventos en su casa: Casasimarro.
Tampoco olvida sus viajes internacionales: “Fuera a la gente le encanta lo que hacemos, incluso más que en España”. Ha viajado con su equipo a lugares tan emblemáticos como El Cairo, Mexíco, Malasia o Shangai. Fue precisamente en esta ciudad de la costa de China donde vivió una de sus hazañas más satisfactorias: “La experiencia internacional que más me marcó fue con Ducati, en el circuito de Shangai. Me dijeron que la cultura asiática era muy introvertida y que no me preocupara si veía que no me aplaudían. Y cuando salí incluso se pusieron a gritar, fue una locura”.
Visita con frecuencia Italia, sede de su equipo: Ducati. Dieciocho temporadas llevan la empresa de motocicletas y Emilio forjando una alianza casi perenne: “El año 2004 fue muy bueno y creía que era el momento en el que tenía que dar un paso más, buscando el apoyo de alguna marca”. Escogió Ducati para poder seguir creciendo y tomando como referencia a uno de los líderes del sector: “Me fijo en otros equipos y también en Ducati, que para mí siempre ha sido un modelo a seguir a nivel de marca y a nivel de sus equipos porque cuidan mucho los detalles”.
Su único objetivo continúa siendo aportar un toque de color especial a cada una de sus actuaciones y el pigmento más brillante para Emilio siempre es el público: “Es importante conectar con la gente, sacarles esa emoción y que se sientan partícipes de la exhibición. Que vean que, si se involucran, el espectáculo crece y salen más cosas”. Para ello, intenta incorporar novedades cada temporada: “Entrenando, pruebas y te van surgiendo cosillas. En casa también tengo la oportunidad de poner la moto en vertical en parado, como si estuviera en movimiento, para ir inventando”.
Asegura que hoy en día, con las redes sociales, el acceso a nuevos trucos es más sencillo: “Cualquier piloto saca algo novedoso en cualquier parte del mundo y al día siguiente lo estás probando tú. Juegas con las posibilidades de tus motos e intentas avanzar cada día”. Como buen previsor, aprovecha el período invernal para probar nuevas piruetas y así evita perder el tirón de actuaciones veraniegas en caso de lesión: “Aunque no he tenido problemas graves, sí que me he hecho esguinces, roturas en la tibia y la clavícula… Lo que sí sufren mucho son mis muñecas”.
Y aunque ahora ve lejos el ocaso, ya ha empezado a pensar en un hipotético adiós a largo plazo: «Algún día llegará. Antes me planteaba que sería en torno a los 40 años, pero ahora con esa edad me siento bien. No sé si será que la gente se canse de vernos o cuál será el detonante”. Aunque su ilusión permanece intacta y continúa siendo el motor de arranque de sus espectáculo: “La gente me dice que voy siempre con una sonrisa y es que no me doy cuenta, simplemente me lo paso bien, me sale solo. Eso sí, con los años te das cuenta de que ser stuntman tiene fecha de caducidad y llegará un momento en el que se termine». Pero de momento exprime cada actuación, cada aplauso, cada sonrisa y cada derrape como si fuera el último: “Tras la pandemia valoras más la cercanía de la gente. Por eso ahora intento dar el máximo todavía más para disfrutar de su cariño”.
El 2023 no se antoja más tranquilo que otros años y ya ultima los detalles de sus próximas actuaciones. Emilio cuida el trabajo tanto encima de la moto como desde los despachos: “Son muy importantes las horas de oficina para atender a los clientes, patrocinadores, redes sociales… pero a la semana puedo llegar a entrenar también en torno a unas seis horas”. Sus citas más relevantes serán en Guadalajara, Portugal, Malasia y, cómo no, Casasimarro. El circuito de motocross del pueblo lleva su nombre y el propio Emilio participó en su elaboración. Y es que en el municipio conquense encendió la mecha del espectáculo sobre dos ruedas y allí perdurarán por siempre las huellas de sus primeras llantas.