Que el tenis es su gran pasión lo dice su pasado como jugador, su presente como entrenador y coordinador y su reciente estreno como escritor del libro El tenis de mi mochila. Freddy Santos, director del club Nuevo Tenis Cuenca, no conoce ninguna etapa de su vida que no haya vertebrado este deporte.
No lo vimos crecer como jugador en las pistas conquenses, pues fue en su Talavera de la Reina natal donde empezó a practicar tenis desde los nueve años. Lo hacía siguiendo los pasos de sus padres y acompañado en solitario por su hermano. Entrenaban sin una figura referente: “Nos tirábamos los cubos de pelota el uno al otro. Solo recuerdo que una vez vino Manolo Santana a darnos un curso de verano”.
Pese a ser autodidacta, como jugador destaca su manejo de la técnica, definiéndose como un tenista muy completo: “También tenía buena derecha y era muy correoso, físicamente era muy luchador porque no daba ninguna bola por perdida y corría un montón”. Todo ello fue suficiente para proclamarse campeón regional en categorías alevín, infantil, cadete y junior y también para desempeñar un buen papel a nivel nacional: “Daba sustos a gente muy buena, aunque no acababa de destacar. Lo más relevante fue un subcampeonato de España de dobles con un amigo de Albacete”.
Por aquel entonces, todavía soñaba con ser tenista, aunque a los 18 años sus deseos oníricos se disiparon: “Más o menos pronto me di cuenta de que iba a ser complicado. En la época, para ser buen jugador te tenías que ir a ciudades más grandes y yo no lo podía hacer”. Hasta entonces siguió disfrutando del tenis. Decoró las paredes de su habitación con pósteres de sus ídolos: desde una visión más nacional con la imagen de los campeones de España de su categoría, entre los que se encontraba el ahora entrenador Tomás Carbonell; hasta los reyes de la época como Borg y McEnroe: “Veía sus partidos maratonianos y luego me iba al frontón de la urbanización y jugaba partidos imaginarios”.
Al mismo tiempo practicó otros deportes, aunque siempre como complemento al tenis. Al fútbol jugaba como portero y también como lateral por su velocidad y su buena pegada al balón para poner centros: “También hice atletismo y ganaba torneos del colegio. Así fue hasta los 14 años, luego ya me dediqué en exclusiva al tenis”.
Fue mientras cursaba la carrera de Económicas en Toledo cuando comenzó a labrar su periplo como entrenador, ya retirado de la competición: “Al final me di cuenta de que me aportaba más entrenar que mi carrera como jugador”. Desde fuera de la cancha pudo exprimir al máximo su espíritu aventurero y estuvo en Argentina entrenando a una jugadora campeona junior: “Coincidimos y me ofreció esa aventura. Estuve un año entrenando con ella por el circuito suramericano internacional hasta que se lesionó la espalda. Luego colaboré con una tenista española que también era campeona nacional. Después volví a Talavera y otra vez a empezar”. Y a su regreso fue cuando Cuenca lo enganchó y ya nunca le soltó: “Un amigo tenía una empresa de deporte en Cuenca y yo me vine para dar un paso más. Al final la empresa se convirtió en Nuevo Tenis Cuenca y aquí llevo 20 años”.

Desde entonces no ha parado de aglutinar logros desde fuera de la pista: “Quizás soy entrenador gracias a ser un jugador frustrado, no lo sé”. Independientemente del motivo, su exhaustivo trabajo ha sido digno de galardón y por ello recibió la medalla al mérito deportivo de Castilla-La Mancha como técnico y como escuela. En su palmarés destaca también que estuvo al frente de un club en Toledo y, sobre todo, que fundó el campus de Tenis Elianers: “Lleva ya casi treinta años y creo que ahora mismo podría estar considerado uno de los mejores campus de España quitando las grandes academias”.
De su ADN como maestro del tenis resalta su capacidad imaginativa y creativa además de su empatía: “He vivido como jugador todas las etapas, entonces entiendo a mis alumnos cuando entrenan, suelas o compiten. Aunque mi defecto también es que debería organizarme más y ser más metódico”. Reflexiones similares las incluye en su libro El tenis de mi mochila, una obra formada por ensayos escritos desde hace años y que recopila ahora a modo de breves pasajes: “En esta obra se encuentra todo de mí. Los que lo han leído me dicen que con el libro se me conoce muy bien. Está escrito con honestidad y honradez, no trato de edulcorar ni vender algo diferente a lo que soy”.
Con fragmentos más técnicos y otros sobre el deporte en general, ha ordenado sus pensamientos para transmitir su experiencia, basada en valores como la educación o la competición. Eso sí, lo hace desde una mirada crítica: “Creo que el deporte no te da valores de por sí, está muy mitificado este tema. Sí que creo que como ganarse la vida con el deporte es muy poco probable, lo que tenemos que hacer los demás es que aprovechen todo el tiempo que hagan deporte para ganar valores que sean buenos para ellos y para la sociedad”.
SU FACETA MÁS SOLIDARIA
Su pasión por el tenis no solo traspasa las barreras del tiempo, el cansancio o la pasión; sino también los límites geográficos. Con la idea de inculcar este deporte a los más necesitados fundó la ONG Ciudades de Viento. Ha viajado por diversos países de áfrica y también ha estado en la India. De hecho, en su última vez en Uganada, le acompañó la tenista española Carla Suárez: “Lo duro no es lo nuestro, sino estar allí todo el tiempo y superar las dificultades que les ha puesto la vida, eso sí que es duro”.
Tras dirigir escuelas, participar en congresos nacionales y escribir en revistas especializadas, poco le queda por hacer. Aunque desde hace dos años se implicó en otro proyecto deportivo en Valencia: “Estoy en un club de socios grande. Los conocí porque nuestros campus nacionales acabaron teniendo su sede allí. Construimos una residencia de deportistas en ese club que la utilizábamos en verano y estaba empezando ya a tener un cartel internacional relevante”. Como asesor externo, dirige la academia del club y trata de transmitir su propia filosofía.
Caminando entre Valencia y Cuenca, combinando mañanas de reuniones y oficina con tardes de entrenamiento, dirigiendo academia y preparando clases: así pasa sus días Freddy. Todo ello, como ven, vehiculado por el motor que impulsa sin freno su día a día: el tenis.
