Con ritmo latino ha conseguido llenar siempre la pista de baile, la cancha de fútbol y también la sala del gimnasio. Daba igual dónde, si en Argentina o en Cuenca, si en su pueblo natal o en el que reside ahora, si sobre la bici de spinning o la pelota de pilates. Mauro Gersuni lleva toda una vida dedicado al mundo del deporte en general y del fitness en particular.
Como argentino de cuna, el deporte que más ha practicado ha sido el fútbol, su religión. Lo hacía con amigos pero, mientras a todos les inquietaba solo la pelota, él pedía a sus profesores de Educación física que le dejaran las colchonetas para aprender a hacer “pingoletas” ya con seis años. Serían sus incipientes inicios en la gimnasia deportiva.
Aunque aquello de los saltos mortales lo dejó para más adelante y, mientras, revoloteó por distintos deportes como un ave ligera que solo para de paso: “No he sido de meterme a un club y estar ahí toda la vida, sino que iba picando un poco”. Nada le frenaba cuando se trataba de hacer deporte y jugó al voleibol, al sóftbol y al baloncesto: “Con 8 años me apunté al club de mi pueblo. Viajábamos y todo. Yo jugaba de base, repartiendo la pelota, porque siempre fui el chiquitín”.
También fue el pequeño de su hermana y por eso ha seguido sus pasos con firmeza. En cuanto le pidió que se apuntara a bailar salsa con ella accedió sin titubeos. Entonces tenía 16 años y ya llevaba el sentido del ritmo en las venas. Lo corroboran sus medallas en varios campeonatos nacionales tanto en categoría individual como en grupo. Pero Mauro seguía mirando de reojo otras disciplinas más físicas que practicaban en este club de salsa al otro lado de la sala. Entonces se encontró con el aerobic de competición, con coreografías cortas, explosivas y muy técnicas: “En individual salí campeón sudamericano. Pero aquello se acabó porque el monitor que nos daba clase se fue, que de hecho se marchó para ir a programas de televisión de bailarín”.
A los 18 años se trasladó a La Plata para estudiar Educación Física y recuperó su toque de balón en el Estudiantes, pero el fútbol en aquella época le duró poco y entonces se enganchó a la gimnasia deportiva: “Era mi disciplina favorita por ser la más técnica y difícil. Realmente es lo que hacía de pequeño en el colegio”. Entró en un club sin pretensiones de competir, solo por el puro placer de seguir desafiando a la vida con sus saltos y su elasticidad. Tuvo que abandonar los estudios, pero entonces comenzó a formarse en un sinfín de disciplinas. Dos años pasó aprendiendo aerobic, step, ritmos latinos (llamados aerosalsa), pilates, funky o spinning: “Todo era aero-algo. Aprendíamos de todo. Fue una etapa chula porque viajábamos dando clases y compitiendo”.
Entonces volvió a cambiar de residencia a Buenos Aires y ya no practicó más deporte hasta que aterrizó en España con 23 años. Recién llegado de Argentina, forjó su devenir profesional en el mundo del deporte desde el principio. Comenzó a dar clases de natación en la piscina de Cardenete: “Adquirí la técnica en el primer año de INEF en La Plata”. La sombra del fútbol seguía acechando e incluso pensó en buscar algún equipo en la ciudad, pero la vergüenza de la que ha ido desprendiéndose por el camino entonces sí que le obligaba a cambiar de rumbo de vez en cuando: “Luego me arrepentí porque sí que quería volver a jugar”.
Y es que al instalarse en Cuenca quiso acabar con las cuentas pendientes que le quedaron en Argentina: volvió a sacar todos los cursos que había realizado al otro lado del Atlántico y estudió TAFAD, descubriendo entonces su habilidad para los deportes de raqueta, aunque previamente ya había jugado al squash: “Se me daba bastante bien y en el mismo TAFAD hice el curso para ser monitor de pádel y tenis en nivel básico”.
Al final se decantó por el mundo del fitness, consiguiendo dejar una impronta única en sus clases, creando una firma propia y un nombre que, sobre todo, plasma en el pilates. Primero estuvo en el gimnasio Vitae junto a su compañero Alejo: “Al año de estar allí nos lo quedamos, pero solo aguantamos unos doce meses más porque estábamos los dos solos y era un palizón”. Siguió en otros gimnasios, como el Wu Tao, donde dio clases de aerobic, pilates y step, además de en otro club de judo y en Termalia desde su apertura. Tras un impasse, volvió en 2016, pero lo acabó dejando dos años después: “Me salió otro trabajo y al final el mundo del fitness no es para toda la vida”.
Su estilo propio a la hora de impartir las sesiones hizo que el boca a boca recomendara a Mauro por la provincia y continuó enseñando en las Escuelas Municipales, Fuentes, Arcas, Chillarón, Valera y Villar de Olalla, municipio en el que sigue impartiendo pilates y entrenamiento funcional. Aquí ha desarrollado durante más de 15 años esas coreografías de aerobic que preparaba como si de un algortimo se tratara: “Me apuntaba las cosas y es que parecían fórmulas, medía todo según la música”. Completa su horario en Zenergy, centro de yoga en Cuenca.
No olvida el deporte como hobby y ahí entran otras disciplinas como el esquí, surfeando las pistas rojas con total control. Este año cumple su mayoría de edad en España. 18 primaveras lleva Mauro dejando el listón muy alto en el fitness conquense. La gente se apunta a sus clases por su manera de enseñar y se acaba quedando por su manera de ser. Su talento es innegable y su talante está cargado de matices.
Por el camino se ha ido desprendiendo de algunos detalles: su antes inseparable gorra, sus steps o sus coreografías de Funky. Pero lo que mantiene intacta es esa felicidad que le aporta la energía suficiente para impregnar sus clases de un aura de positividad, cercanía y esa sonrisa contagiosa que te invita siempre a pedirle un ejercicio más.